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Puerto de Nueva York, desde el cual salió el “Maryland” en 1805. |
Por Ph. Joel Avilez Leiva.
ALBORES DE UN NUEVO SIGLO.
Corrían los primeros años del siglo XIX; en Europa, un pequeño isleño mirado con indiferencia en la Francia continental había escalado posiciones gran a la gran movilidad social experimentada en los agitados días revolucionarios. Genio político y militar, Napoleón Bonaparte se había encumbrado al Consulado galo. Ante la amenaza latente, la cercana y clerical España se había aliado con la regicida Francia y unidas en el mar, fueron sus naves destrozadas por la Armada británica. En Trafalgar (21 de octubre de 1805) no sólo fue la gloria de Horatio Nelson (que incluso lo llevó directamente al cielo gracias a un certero disparo francés), o de Cuthbert Collingwood. Fue también el fin del sueño de Napoleón de apropiarse del mar mediterráneo y en el océano Atlántico. Mientras, en el Reyno de Chile, los habitantes de la entonces no tan angosta faja de tierra (aún no se perdía la Patagonia Oriental en favor de Argentina) observaban temerosos la llegada de los barcos a sus costas, desprovistas de puertos, muelles y defensas militares. Cada vez que llegaba algún brulote, los escasos habitantes abandonaban sus ranchos para alejarse lo más aprisa hacia las lomas vecinas. Pánico hacia los “piratas” ingleses era la tónica.
En una de las constantes visitas de traficantes navales a nuestras costas (había prohibición de comerciar con países no católicos como Holanda, principados alemanes, Estados Unidos e Inglaterra), que sin embargo, ante la carencia de una flota capaz de hostilizarlos, bombardearon con productos manufacturados al incipiente proyecto industrial chileno, basado en la artesanía, algo claramente demostrado por historiadores como Sergio Villalobos y Gabriel Salazar. Un ejemplo de ello es que comenzaron a llegar desde Londres y Liverpool ponchos, sombreros y espuelas huasas, hechas en línea por la dinámica sociedad de la revolución industrial, haciendo colapsar los establecimientos artesanales de La Ligua hasta Concepción. El mercado nacional, al comienzo se nutrió con baratijas que no se podían conseguir sino a través del lejano camino a Buenos Aires. Pronto, sin embargo, fue imposible absorber la oferta de productos, y por tanto, los comerciantes vieron reducidas sus ganancias. La internación de insumos hizo que finalmente la clase pudiente, ante la desleal competencia reclamara a las autoridades por la permisibilidad de la ley, pues en los últimos 30 años la monarquía Borbónica liberalizó un poco el asunto, lo que incluso se vio en las Ciencias llegando desde la Metrópoli sendas expediciones ilustradas como las de Ruiz de Pavón y Antonio de Córdova, junto a la de los alemanes Heuland, libro de reciente publicación revisada por la Sociedad Pedro Pablo Muñoz de La Serena. Entre los barcos balleneros franceses, holandeses, estadounidenses, ingleses e incluso rusos (que habían colonizado Alaska) y otros de tipo contrabandista, llega el “Maryland” proveniente de la pujante Nueva York. Había zarpado el 05 de septiembre de 1805, y a su bordo traía como sobrecargo a un suizo radicado hacía varios años en Norteamérica; Isaac Iselin, contaba con 23 primaveras al momento de tocar costa chilena. Había nacido en Basilea, Confederación Suiza, en noviembre de 1783. Era sobrino del famoso filósofo, historiador y político reformista suizo del mismo nombre (1728 – 1782). Emigró a los Estados Unidos a los dieciocho años y se empleó en la firma naviera Gouverneurs & Kemble, de Nueva York. Posteriormente, se ocupó en LeRoy, Bayard and McEvers, en una de cuyas naves –el velero Maryland– dio la vuelta al mundo, en calidad de supervisor de la carga, pasando por Chile en 1806. De su viaje por México, Perú, Chile, Islas Sandwich y China dejó un registro detallado en su diario de viaje, desclasificado por el historiador José Miguel Barros en el Boletín de la Academia Chilena de Historia, 2006.
Por ahora sólo narraremos su estadía en el Choapa, específicamente en la costa de Conchalí, antiguo nombre de la actual ciudad de Los Vilos.
Bahía de Conchalí, 24 de abril y 30 de agosto de 1806.
En un primer viaje recorrieron Tongoy y Coquimbo. Luego, con la intención de visitar Concepción, navegaron hacia la Isla de Más Afuera, donde encontraron a un estadounidense natural de Boston, Mr. John Wright, que se había quedado escondido en la isla luego que la tropa española echase en mayo de 1805 a los cazadores de focas (en realidad lobos marinos) Después se les dijo que, desde 1797, la isla había sido asolada por cazadores que hicieron pingües negocios en China, vendiendo cada piel a un precio de $3 a $4.50. La depredación, en que masacraron centenares de miles de focas, continuó por varios años, hasta que la especie prácticamente desapareció. Luego de un tiempo, dejaron a su emocionado compatriota, que se negó a acompañarlos, pues aún soñaba con hacer fortuna en aquella soledad.
En la mañana del 16 de abril, llevando consigo “al amigo Guiroza”, el buque salió de Tongoy rumbo al puerto de Conchalí, donde debían tener una reunión cuatro días más tarde; pero llegaron con tres días de atraso a causa de la mala mar.
Despachadas a tierra, las lanchas balleneras fueron guiadas por varias fogatas y, al día siguiente, retornaron al buque llevando a don Antonio Guzmán, de Coquimbo; pero nada supieron de “Don Echeverría”, quien, según Iselin, debía haberse reunido con los estadounidenses portando $60.000 (!).
Días más tarde se devolvió a tierra al señor Guzmán con “su mercadería” (la cual no se identifica); obtuvieron algo de ganado y provisiones frescas.
El diarista anota expresamente que en la ribera de Conchalí hay solamente unas pocas chozas de pescadores y que “el camino principal a Valparaíso pasa cerca de esta bahía. (¿Tenía en mente eventuales ventajas para futuros contrabandos?) El 20 de julio zarparon rumbo a Tongoy, acompañados por el “Margarita” (barco español de Coquimbo) y allí permanecieron al ancla durante dos días, a fin de reunirse con otros comerciantes; entre ellos un Sr. Aldunate (de Illapel) y su cuñado el marqués de La Pica.
Decidieron entonces regresar a Tongoy, donde llegaron a fines de agosto. Ahí hicieron una pequeña operación de venta con un señor que Iselin identifica como “Arazamundo del Valle”; por intermedio de este, valiéndose de una carta, propusieron una reunión con el Sr. Aldunate en Conchalí. Al bajar a tierra, el 30 de agosto, se enteraron de que varios caballeros los habían estado esperando durante algunos días; siguieron tres leguas hacia el interior y se reunieron con un “Padre Ovalle” quien les dijo que estaba provisto de mucho dinero para hacer negocios.
En el intertanto, identificándose como “Dr. Smith, de Estados Unidos”, había subido a bordo un irlandés con la intención de comprar algunas drogas y medicinas. (“Parece ser un marino desertor, que ejerce como curandero, con lo cual se da una buena vida”, anotó el diarista).
En esos días recibieron grandes grupos que venían a conocer el buque; con algunos visitantes galoparon cerca de diez millas hasta sus casas.
Acota Iselin: “Entre las damas estaban doña Rosarito Caleador y su hermana Teresa del Torre. Hubo algunos fandangos y muchas canciones con guitarra; en suma, fue una grata experiencia.”
Y prosigue: “Hacia la medianoche, fui a la casa del cura donde conocí a don Barcurran de Illapel y a un fraile dominico, quienes subieron a bordo con nosotros. También vino el Padre Ovalle, con quien hubo grandes negocios: unos $20.000 en veinticuatro horas. Este Padre parecía ser el muy efectivo agente de una sociedad dedicada al contrabando. Como se había apartado don Pedro Ponce, capitán de la guardia, las mercaderías se desembarcaron el 3 de septiembre.”
En ningún momento se refiere Iselin a la naturaleza de las mercaderías que vendían. Después de este revelador retrato de una realidad provinciana, agrega:
“Enviamos varios regalitos a doña Rosarito quien, para corresponder, nos obsequió un gran cajón lleno de fruta, confites, dulces, pasteles, etc. Del 4 al 6 estuvimos frente a Tongoy. Llevamos a bordo a don Pablo Ossa, otro socio de la compañía del Padre Ovalle; el 7, desembarcamos mercaderías y subimos cobre con algún ganado; el 8, al anclaje en Guanaqueros, donde desembarcamos algunos productos y subimos algo de ganado de Pancho Erera y otros. El día 9 todavía seguíamos en negociaciones con Arozena, de quien se dice es uno de los principales dueños de las minas de cobre de Guara, y con ***; el 10 regresamos a Tongoy.”
El Diario de Iselin es una gran fuente de información para conocer cómo era la vida en aquél lejano s. XIX en nuestra costa nortina. Su autor, de regreso de este viaje, en Estados Unidos contrajo matrimonio con Aimée Jeanne Susanne Emilie Roulet, el año 1810. Abandonó sus actividades comerciales en 1835 y volvió a Suiza: dos años más tarde, fue invitado a regresar a Nueva York donde permaneció hasta 1838, año en que retornó definitivamente a Basilea. Falleció en esa ciudad el 10 de diciembre de 1841, cuando Chile ya era una república, y a Conchalí llegaban aventureros para buscar fortuna en el mineral de Casuto, rico en oro hasta la desembocadura del Chigualoco, y que aseguró el pago de los empréstitos contraídos en el exterior para financiar la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana (1836 – 1839).
Por otro lado, el tema de la competencia industrial extranjera hizo colapsar al artesanado chileno y a la manufactura nacional. La élite santiaguina, maulina y penquista, ante la poca respuesta del gobierno, pugnaron por un cambio de autoridades al grito de ¡Viva el Rey, Abajo el mal Gobierno! En un chanchullo propio de este mal gobierno, el Gobernador García Carrasco fue depuesto por el asesinato del capitán de un barco contrabandista inglés en la bahía de Pichidangui. El incidente del “Scorpions” es otro de los antecedentes de la Independencia. Pero esa es otra historia.
Feliz Navidad y Paz a los Hombres de Buena Voluntad.