martes, 8 de julio de 2014

Leyenda: Virgen del Carmen de Palo Colorado - N. Yañez






A continuación quisiera dejarles la transcripción que realicé del texto del novelista, dramaturgo, cuentista y periodista, Nathanael Yáñez Silva (1884-1965) “La leyenda de la Virgen del Carmen de Palo Colorado”.


La historia, representativa de la comuna de Los Vilos, es una mirada obtenida desde la propia experiencia de Nathanael Yañez, habiéndola recibido de forma oral en la casa de campo de sus abuelos cuando a penas era un niño. Posteriormente la editaría para la revista ZIG-ZAG a principios de siglo (Zig-Zag, 1905-1964. 59 v., n° 10, (23 abril 1905), p. 8-11).

NOTA: Corregí algunas faltas ortográficas que presenta el texto (escaneado del original de zig-zag). Tales correcciones corresponden a la utilización de acentos y además a palabras usadas con“g” que en el texto aparecen con “j” (como virjen o jente). Por último, también realicé algunas otras correcciones de redacción sólo para hacer más amigable el texto al lector; tampoco quise intervenir mucho para respetar el original, el cual, pueden descargar del siguiente Link.

LEYENDA DE LA VIRGEN DEL CARMEN DE PALO COLORADO
Nathanael Yañez Silva (1884-1965)



Prominentemente entre mis recuerdos de niño, de aquellos días de vacaciones en que después de haber corrido por el campo y las playas nos recogíamos a dormir, se destaca una leyenda contada por mis abuelos bajo el corredor de la casa solariega. 

Corría el Siglo XVIII. Hacía los finales de una tarde, un leñador concluía su labor en el bosque dando el último hachazo en la madera. Con profunda admiración vio que, en el hueco del tronco que acababa de de herir, aparecía embutida una figura que tenía la clara apariencia de una virgen tallada por la naturaleza. En el rostro se destacaban distintas las facciones y el cuerpo se veía cubierto como por una túnica formada de la misma madera.
El leñador llevó el misterioso hallazgo al dueño de la hacienda que creyendo adivinar en este un hecho algún designio sobrenatural; le construyó un un oratorio para venerarla. 
Se le llamó la “Virgen de Palo Colorado” por ser ese el nombre del árbol y la haciendo en que se le encontró, situada en el departamento de Petorca y vecina al caserío de Quilimarí.

Empezó a rodar la leyenda de boca en boca, aumentada con ese misterio y la candorosa buena fe de los sencillos campesinos. Toda la gente de la comarcase inclinaba ante el pequeño altar, recordando la leyenda, rodeándola de una pompa inocente y haciéndole mandas que iban acompañadas de flores y regalos.   
El Cura Párroco supo esto y encontró conveniente llevarla a la iglesia de la aldea de Quilimarí. Este es un pueblecillo que levanta a las orillas del mar su risueño caserío, teniendo al sur cerros pequeños decorados de huertos que bajan hasta el valle para ser regados por un riachuelo que cruza la comarca limitada al norte por la hacienda “Palo Colorado”.

Se hizo luego una romería para que la virgen quedara definitivamente en la iglesia de Quilimarí.
Un Mañana a la hora en que la campana anunciaba la primera misa, el monaguillo encargado del culto, al ir a colocar en el altar flores frescas, notó que la virgen había desaparecido, no encontrándose en el altar huella alguna que denunciase la presencia de manos extrañas que pudiesen haber robado la escultura. Se avisó al cura, se hicieron prolijas investigaciones, se registró la iglesia entera y se avisó por último a los vecinos sin que nadie pudiera explicarse tan misteriosa desaparición. 

Pasados algunos días, el dueño de la hacienda de “Palo Colorado” avisó al cura muy inquieto que la virgen se había encontrado en el oratorio del fundo de donde se había sacado hace poco tiempo. 
Este mismo hecho se repitió tres veces consecutivas en medio de la consternación de todos los campesinos que no de explicaban ese misterio. 
Creció la admiración, vinieron los comentarios  la virgen fue venerada con ese respeto que infunde los sobrenatural. Se contaban muchas historias, de curas portentosas, y el sacristán decía haber oído muy tarde de la noche rumores en la iglesia como de alguien que arreglaba los altares u después ecos de una plegaria muy dulce y muy tenue. 
Era la virgen, repetían los aldeanos en corrillo, con un misterioso respeto, la virgen que rezaba por los enfermos.

En ese tiempo una epidemia de viruelas había invadido la comarca. Los pobres eran llevados en camillas a la orilla del mar para aislarlos, formando un campamento de carpas para que las olas, cuando venía la alta marea alcanzaban a besar. 

Dos o tres hombres de alma bondadosa se había ofrecido para prestar su ayuda a los enfermos. A las oraciones aquellos se retiraban, quedando el campamento completamente solitario en medio de la laya desamparada que el mar empezaba a cubrir. Los quejidos de los enfermos eran ahogados por el rumor del oleaje, sin que nadie a esa hora se apiadara para llevarlos un poco de agua que calmara su fiebre. 
Al día siguiente los cuidadores preguntaban a los enfermos cómo había pasado la noche; éstos contestaban que más aliviados, diciendo que los mejoraba mucho los remedios que le daba una señora muy bella, que todas las noches en medio de la soledad iba a visitarlos.

Contaban que la dama misteriosa se acercaba a los lechos sin hacer ruido, con paso tan suave que parecía no rozar la tierra y les daba aquellas tisanas dulces y aliviadoras. Otros decían que las noches que ella iba, la marea no alcanzaba a humedecer siquiera las carpas que otras veces empapaba la espuma.

Muchos pensaron que la señora aquella sería la virgen que amparaba a sus devotos abandonados; pero esto no pasó de simples suposiciones que no explicaban claramente la aparición nocturna. 

Un domingo, después de la misa, cuando toda la gente se hubo retirado del altar donde se veneraba la virgen, una anciana se acercó para mirar de cerca y tranquila el milagroso pedazo de madera que claramente era una virgen con túnica de gracia. Después de contemplarla notó en la orla del manto arenillas finas en la forma ondulada en que la ola las deja al resbalar en la playa. No quedó aquí la admiración de la anciana cuando al fijarse en el rostro vio que tenía cicatrices de viruela, bien distintas y visibles para ser notadas de alguna distancia. 
Se dio aviso al cura que, combinando los hechos, declaró solamente que no había lugar a duda de que la dama misteriosa que cuidaba los enfermos era la virgen que para hacer comprender el milagro conservaba en su túnica la huella de su marcha por la playa y en el rostro las cicatrices reveladoras del flagelo. 

Pasó el tiempo, los acontecimientos se envolvieron en la bruma de la distancia y de todo eso quedaba un piadoso recuerdo; cuando un nuevo milagro vino a conmover a aquellos sencillos parroquianos. 
Naufragaba una goleta frente a las costas de Quilimarí. El capitan de la navecilla, llamado Pedro Olivier, desde la popa daba ordenes y mandaba a achicar la bomba porque el agua penetraba los fondos rotos.
Allá, en la lontananza oscurecida de nubes por la tempestad, divisó el capitán el boscaje inmenso de “Palo Colorado”. Un recuerdo confuso, como de la leyenda le evocó ese follaje distante, y con una mezcla de temor y de esa fe, rebelde de los marinos, hizo un voto a esa virgencilla que llenaba con su nombre la comarca, para no zozobrar. 

Crujían las jarcias y las velas hinchadas parecían romperse. De pronto se vio que el agua cesaba de subir en la bodega. Pronto la bomba secó los fondos y con gran sorpresa vio el capitán y la tripulación que las partes rotas del casco aparecía fuertemente tapadas por ramas y frutos de “Palo Colorado”.


La virgen encontrada por el leñador aquel se venera todavía en la parroquia del pueblo de Quilimarí
Muchos años han pasado desde que oí esta historia bajo el corredor de la casa de campo, hacia la tarde de esos días inolvidables de vacaciones en que los abuelos nos contaban la leyenda de sus años, cuyo recuerdo va unido a aquel otro del final de “El Estudiante de Salamanca”. Y si, lector, dijeres ser comento, como me lo contaron te lo cuento*

N. YAÑEZ SILVA