Creo que el mensaje es profundo, y al mismo tiempo, es un llamado de atención para enfocar nuestros esfuerzos en la valorización del patrimonio cultural campesino, el cual pierde fuerza por un sistema de sociedad cada vez más globalizado y ciego de sus tradiciones.
El vídeo lo grabé después de la actividad que se realizó en el contexto del lanzamiento del disco “No es permitido de Dios que esa flor permaneciera” en el Valle de Quilimarí. Un gran trabajo de investigación realizado por los antropólogos Daniel González y Danilo Petrovich. El evento principal se realizó en la plaza de Guangualí y finalizó con un cocimiento en el rancho Los Almendros donado por los pescadores vileños.
Las tradiciones antiguas
ya van desapareciendo,
de a poco se van perdiendo
y al final todo se olvida.
Las cosas que antes se hacían
tocante a la agricultura,
aunque la pega era dura
el hombre andaba contento,
esperando con el tiempo
de ver la hacienda madura.
Se terminaron las tropas
que el medio de transporte
hoy ya no se pela un mote,
tampoco se hace chuchoca
con esas viejas ojotas
el hombre ya no camina,
y esa leche con harina
tampoco se saborea,
y las ollitas de greda
ya no están en la cocina.
Las trillas a yegua suelta
se terminaron también,
tampoco ya no se ven
los bueyes en la carreta,
ya no se ocupa una horqueta
para aventar una parva,
ya no se buscan las cardas
para frisar una manta,
y una chica ya no canta
una cueca en la guitarra.
Se acabaron las callanas
y las piedras de moler,
cosa que antes la mujer
lo hacia con hartas ganas,
no se ven las damajuanas
que se transportaba el vino,
con que el hombre campesino
organizaba una fiesta,
ya no se comen las prietas
y ni hay chancho con tocino.
Poco se nombran las chacras
en el área campesina,
tampoco se ve a una mina
ordeñando a una vaca.
Mantequilla no se saca
tampoco se mata un pollo,
ya no se pela el frangollo
para aliñar las cazuelitas,
antes hacían las viejitas
picaron, firigue y bollo.